Detrás de Mónica está la alegría


Una hora y treinta y seis minutos corrían en el cronómetro de Omar. El corazón le palpitaba a millón. Su madre y sus suegros se encontraban igual de ansiosos, pero su incertidumbre era incomparable, no podía creer su incapacidad, se había desmayado en la mitad de la sala sin ni siquiera haber empezado el parto. Susana llevaba lo que para ellos era una eternidad en la sala de partos, la ansiedad se les comía sus pensamientos, sus palabras. La puerta se abrió y el médico pronunció — ¡felicitaciones es una hermosa niña! — los abrazos no alcanzaban a dejar sin aire a los sentimientos, parecía como si siempre hubieran querido tener un bebe en sus brazos.

Contrario a lo que pensaban ahora, unos meses atrás sólo se pensaba en desgracias. Susana ya no era la niña de brazo como lo pensaban sus padres, era una mujer hecha y derecha, muy hermosa por cierto, ojos castaños, cabello negro y liso, unos labios irresistibles y un cuerpo que era la envidia de muchas. Una mujer con la que cualquier hombre desearía vivir, una mujer exquisita en el buen sentido de la palabra y una mujer que sólo un imbécil dejaría ir de su lado. Sus padres rechazaron totalmente sus hechos y durante mucho tiempo consideraron que su embarazo no era para sentirse orgullosos; terapias, charlas, peleas, pasaron infinidad de cosas antes de que sus padres pudieran aceptar a un primogénito y más que eso a un culi cagado como Omar de padre. Por otro lado, la madre de Omar, doña Esperanza, pensaba que su hijo se había tirado para siempre su vida e intentó convencerlo para que no tuvieran al niño, pero fue un caso que ni siquiera decidieron estudiar.

Al nacer la niña la dicha inundó a la familia de Susana y a la madre de Omar. Durante muchos años vivieron pendientes de la niña, de su comida, de su ropa, de sus juguetes, de su educación. Moni era la luz de los ojos de cada integrante de la familia, una familia que ella misma unió y que sólo ella era capaz de separar. Todo iba muy bien, pero como era de esperarse, a la vida no le gustaba tanta felicidad. La pequeña estaba a punto de cumplir 7 años y su familia se encontraba haciendo los preparativos de su celebración, así que dejaron a Moni en la casa de la madre de Susana.

Una y media de la tarde. El timbre sonó y la pitadora se disparó, el almuerzo ya casi estaba —deben ser ellos— pensó la abuela. Moni se jugaba en la sala con una muñeca que su papá le había anticipado de cumpleaños, la abuela abrió la puerta y no logró ver la cara del sujeto que se encontraba frente a ella porque al mismo tiempo un polvo se insertó en sus ojos y la mujer perdió el conociemiento automáticamente.

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